Por: Arnold Tejeda Valencia
Lo que llamamos himno tiene su origen en la antigua Grecia, un pueblo pagano que le cantaba a su religiosidad. Posteriormente los cantos cristianos latinos, particularmente estróficos y métricos, basados en el cancionero vernáculo, continuaron con la tradición religiosa de ponerle música a sus más imponentes actos de fe. En esos tiempos, las alabanzas a Dios mediante cánticos métricos en líneas regulares también fueron llamados himnos. Mientras que los salmos se referían, generalmente, a los Salmos de David, del Antiguo Testamento, que no constituyeron poemas ni métricos ni regulares. La práctica cristiana más antigua, desde las epístolas del Nuevo Testamento hasta el período de los padres de la Iglesia en el siglo lV, los términos himno y salmo se usaron indistintamente. Uno de los cantos más antiguos de ese largo período teocrático es el Tedéum no métrico, que en los libros litúrgicos aún continúa llamándose “himnus”, algo que el Concilio Vaticano Segundo ratificó con autoridad. Durante la conocida Reforma, los himnos protestantes estuvieron representados por cantos gregorianos. En Bohemia, por ejemplo, los seguidores de Jan Hus, conocidos por ser los integrantes de la hermandad bohemia, publicaron, en 1501, lo que ha sido considerado como la primera colección de himnos y salmos protestantes. Martín Lutero, entre tanto, supo sacar buen provecho de los himnos, puesto que al ser músico estudiado y apoyado por su colega Johan Walter, aglutinó a muchos seguidores de la causa que lo identificaba. Dos siglos después de Lutero, el músico alemán Juan Sebastián Bach le introdujo corales, a cuatro voces, a sus cantatas litúrgicas, abriendo un sendero sonoro de mucho peso melódico, muy difícil de desdeñar, porque las corales alemanas siguen ocupando un lugar de privilegio tanto en lo religioso como en lo meramente artístico. Inglaterra y Escocia no fueron indiferentes a esta oleada musical religiosa. Y más adelante, España, Portugal y Francia se hicieron partícipes, trasladando esta musicalidad a sus colonias donde les incorporaron elementos folclóricos a esta espiritualidad religiosa, principalmente promovidos por los católicos, anglicanos y protestantes. En tiempos más recientes, a partir de 1960, se ha dado un resurgimiento de esas modalidades musicales que han sido bien explotadas por los cristianos protestantes. En efecto, al considerar la Iglesia católica romana que los cánticos congregacionales, a la manera de himnos, constituyen un desarrollo del estilo popular de la fe, autorizó este carismático procedimiento que ha llamado “canciones de alabanzas”, reemplazando a los académicos cantos congregacionales de himnos, donde el rock, la cumbia, el son, etc., se han convertido en movimientos sonoros no sólo para cantar, sino para palmotear y hasta bailar decentemente.
Los himnos patrios
En todos los países del mundo el himno, la bandera y el escudo nacionales constituyen los símbolos más elevados de la Patria. Sobre el primero, también llamado marcha, se ejecuta o se canta en ceremonias especiales de Estado o en eventos deportivos y culturales de mucha trascendencia, como los Juegos Olímpicos, el Campeonato Mundial de Fútbol o en la entrega de los premios Nobel. En Europa ha sido una tradición tocar los himnos en los espectáculos teatrales, sobre todo en Inglaterra desde 1745. En Colombia no hay evento de cierta importancia donde el Himno Nacional no sea el que inicie la ceremonia. Las épocas de crisis políticas sucedidas en Europa y América durante el siglo XlX y principios del siglo XX fueron muy propicias para exaltar los fervores nacionalistas. Los himnos, así, se convirtieron en unas buenas o malas poesías musicalizadas, casi siempre, con marchas bélicas que incitaban, fogosamente, al entusiasmo o júbilo por las causas políticas o patrióticas del momento. Colombia no escapó a esas circunstancias históricas, encabezadas por el polémico político y estadista cartagenero Rafael Núñez, creador de los versos que musicalizó el italiano Oreste Síndice, presentado, por primera vez, en Cartagena en el año 1887. Y, mediante la Ley 33 del 18 de octubre de 1920, fue oficializado como el Himno Nacional de la República de Colombia. El fervor por tener himnos que simbolizaran las divisiones político-administrativas del país, tanto en Colombia como en el resto del mundo, motivaron la aparición de estas obras musicales en ciudades, departamentos, provincias, regiones, etc., sintiéndose en ellas ese clamor de identidad sonora por las llamadas Patrias Chicas. Por eso, Barranquilla tiene su himno y el Departamento del Atlántico, lo mismo. Irradiándose ese sentir orgulloso a las escuelas, universidades, batallones, festivales, asociaciones y a las tantas instituciones constituidas por las diversas sociedades. El Carnaval de Barranquilla, como máxima expresión festiva del Caribe colombiano, no tiene un himno especialmente escrito para su fervor idiosincrásico, salido de una mente que lo haya creado tomando sus pautas más representativas del folclor que brota en todas sus acciones. La pieza Te olvidé, letra del poeta español Mariano San Ildefonso (¿o Idelfonso?) y música de Antonio María Peñaloza, trompetista y arreglista de mucho prestigio en el país, no tiene, siquiera, una alusión a esta magna fiesta de alta participación comunitaria. Repasemos su letra.
“Yo te amé con gran delirio/ y pasión
desenfrenada/ te reías del martirio/ te
reías del martirio/ de mi pobre corazón/ Y
yo te preguntaba/ el por qué no me querías/
tú sin contestarme nada/ solamente
te reías/ destrozando mi ilusión/ Te pedí
que vinieras a mi lado/ y en vano tantas
veces te rogué/ que por haberme tu burla
ya curado/ te olvidé, te olvidé, te olvidé/
te olvidé, te olvidé, te olvidé/ De la vida
que tuviste/ al fin sé que te has cansado/
ahora quien ya va muy triste/ ahora quien
ya va muy triste/ es tu pobre corazón/ Y
aunque digas que me quieres/ yo de ti
nunca me fío/ aunque tú te desesperes/
ahora soy quien se ríe/ de tu desesperación/”.
De acuerdo con el texto citado, allí no aparecen las palabras “Carnaval de Barranquilla” por ninguna parte. Lo que está patentizado es un mensaje con un lacrimoso lirismo, es decir, unos versos que expresan el profundo sentimiento que siente su autor, como subjetividad, ante una mujer que despierta sus agraciadas pasiones basadas en Eros. Pero siendo un amor esquivo, nunca consolidado, nos propone crear en sus oyentes los mismos efectos de perturbación sentimental al pretender que también lloremos, a moco tendido, con tan “carrilera” letra, a semejanza de las rancheritas y tanguitos escuchados en los bares visitados por los impertinentes despechados. En ese ritmo de garabato, que para el maestro José Barros no es más que el mismo chandé, la ronca voz de Peñaloza anima la canción con expresiones como “guei, guei, gueijá”, al inicio, cuando el tamborero panameño introduce los golpes genéricos del ritmo. Y, después, cuando finaliza su estupendo solo de trompeta, su guapirreo, como respuesta a los cuatro petacazos de ron que ya llevaba entre pecho y espalda, digo yo acá, lo entusiasmaron para decir:
“Viva la danzadel garabato/ qué vivan los Discos Curro/
qué viva el carnavá”. Este fue el parlamento
festivo que hizo entrar en la onda
carnavalera al triste chandé.
¿De qué se trata?
Para comenzar, el maestro Peñaloza tenía escrita la melodía desde hacía unos seis años antes de su grabación con la llamada Sonora Curro en 1953, haciendo la parte vocal el grandioso Alberto Fernández. Como dato curioso, en 1949 a esa melodía le puso una letra dedicada a la Reina del Carnaval barranquillero de entonces, Leonor González McCausland. Al músico plateño, por lo visto, su proyecto de danza de garabato, manifestación rítmica del Carnaval llegada a Barranquilla por el fluvial Magdalena desde la creativa depresión Momposina, siempre estuvo latente en su imaginativa pluma. Lo que después vino, fue la venta de su trabajo artístico al mejor postor, que para este caso fue Curro Fuentes. De esta manera, la “mordelona” poesía de San Ildefonso tuvo un nuevo amanecer. Tanto que en la fiesta novembrina de Cartagena, en 1953, su éxito fue total. Y, como trampolín, el Carnaval barranquillero de 1954 acogió a Te olvidé como la canción colombiana que le disputó la primacía al merengue dominicano A lo oscuro, del Conjunto Típico Cibaeño de Ángel Viloria. Fue, a las claras, una aceptación popular de una comunidad supremamente bailadora, como lo es esta porción caribeña de Colombia. Después de ese pulso en su popularidad, Te olvidé, en los años siguientes, incluidos los períodos correspondientes al Carnaval, fue perdiendo protagonismo. Otras piezas bailables se apoderaron de ese espacio festivo. Para Álvaro Ruiz Hernández, radio periodista muy conocedor del acontecer musical de nuestro Caribe, el chandé en referencia “fue olvidado por la multitud por mucho tiempo, siendo rescatado en 1995, durante el reinado de Katia Nule. Con bombos y platillos reapareció, con la anuencia de un sector de la radio y la prensa, con el pretexto de consolidarlo como el himno del Carnaval”, fueron sus palabras al consultarlo sobre este tema.
En un trabajo periodístico de Roberto Llanos R. y Fausto Pérez V. en el diario Al Día, del jueves 7 de febrero de 2013, página 19, ante la pregunta: ¿Es Te olvidé la canción más representativa del Carnaval de Barranquilla?, de los 10 personajes encuestados, seis respondieron que no, encontrándose entre ellos el músico Chelito De Castro, el periodista de farándula Ley Martin y los coleccionistas de discos Óscar Pájaro y Didier Ariza. Para el investigador Rafael Bassi, Te olvidé es el himno del Carnaval pero existen, para él, dos piezas más representativas del Carnaval ñero: El torito y Fiesta en Barranquilla, esta última la más resaltada por este grupo, un fandango del compositor cartagenero Hernando Méndez López, grabado por el conjunto de su coterráneo Álvaro Cárdenas, cantando Benjamín Zarante. Dicha pieza si acoge, en su letra y en su música, el más clamoroso espíritu carnavalero. Aunque identificado rítmicamente como un fandango, sobresalen en él, desde un principio, unos golpes percusivos con una timba usada por los conjuntos vallenatos tradicionales, que semejan los precisos golpes del chandé en unos tiempos de mucha rapidez, para darle un encanto vernáculo con ese sabor bullanguero del Carnaval barranquillero. Y su letra es sintomática, moldeada para esta gran fiesta multicolor. Recordémola.
“Carnaval de Barranquilla/ Carnaval
de mis amores/ fiesta de luz y alegría/ con
derroche de colores/ Cascabeles y tambores/
entonan la melodía/ colombinas y arlequines/
llamarán la fantasía/ Coro: Barranquilla/
sus comparsas/ sus disfraces/
alegres van/ cantando estas coplas/ que
son coplas del Carnaval… / Aquí canto
una plegaria/ de la mística costeña/ es la
flor de trinitaria/ que perfuma la gran feria/
Sus mujeres son tan bellas/ que mitigan
en la aurora/ forman parte de la flora/
que coronan las estrellas”.
Analizándose ese sencillo texto, puedo afirmar que es puramente descriptivo al explicar, en sus distintas partes, lo qué es el Carnaval de esta ciudad, con sus ingentes cualidades o circunstancias, permitiéndonos comprender, con suma claridad, su alegre derroche e inmensa creatividad, basados en las costumbres del efervescente Caribe. Su mensaje es nítido, por tanto, comunicador de un discurso tan evidente, como evidente es la fiesta del Carnaval en su desordenado desarrollo. Esa es su gracia. No concebirlo así, sería de lo más insaboro e incoloro. Sobre esas dos piezas del Carnaval, creo que, como cualquier otra que se proponga, no califican para ser consideradas como himno de tan descomunal fenómeno de masas por una sencilla razón: no concitan, primero, a una férrea unidad como símbolo. Un himno es eso: un símbolo melódico que se caracteriza por una transparencia de lo general en lo individual o viceversa, creando ello una unión entre dos o más personas que hacen de estas particularidades un todo. El pretendido himno, en segundo lugar, con todo mi respeto, sólo está en la construcción intelectual de unas personas reconocidas que, con buena voluntad, tratan de fomentar esa anhelada aspiración por medio de una observación general del hecho, desconociendo las particularidades del mismo.
El hecho es el Carnaval. Y sus particularidades las encontramos en todos sus agentes impulsores, que, para Barranquilla, entre hacedores y observadores, pasa del medio millón de personas. Entre ese numeroso universo carnavalero no se siente el fervor por una pieza que se estime ser su himno. En sus cantos, en sus bailes, en sus disfraces, en sus comparsas, en sus desfiles, en los actos presididos por la Reina, como en sus múltiples actividades populares, no existe un Te olvidé o una Fiesta en Barranquilla que despierte, con criterio de identidad, esa pasión, ese amor, ese respeto, como faro o norte, para mentalizar a todos en este espectacular jolgorio, como si se palpa, por ejemplo, con el Himno Nacional cuando nuestros deportistas salen airosos o cuando escuchamos sus notas en el más modesto espectáculo estatal o civil. La algarabía por una canción en los actos del Carnaval se presenta al oírse el disco más popular de ese año, como ha sucedido, últimamente, con Meza que más aplauda, Se formó el desorden, El ñato, El celular, El serrucho, etc. Y ya por ahí vienen abriéndose paso La cantúa y La chapa, otros temas, como los anteriores, que no tienen, rítmicamente, identidad carnavalera. Los niños y los jóvenes cómo disfrutan con esas piezas musicales.
Pero también disfrutan con la música interpretada por las bandas (en algunos casos “papayeras”) y los grupos de millo. En la Noche de Tambó y en la Noche del Río, eventos musicales muy expresivos de nuestro folclor en la fiesta de Momo, su participación es masiva y alegre. Lo mismo podemos decir del Carnaval de los Niños. Ha faltado, indudablemente, una efectiva educación, con notable conciencia, que haya propuesto -y luego socializado un tema popular con fuerte incidencia del Carnaval, que aúne en ese espíritu caribeño de derroche en ingenio y creatividad populares. Y como tampoco ha surgido un movimiento masivo espontáneo que hubiese propiciado esa legalidad cultural, es lógico que no tengamos ese ansiado himno porque Barranquilla no ha sido un aula de enseñanza y aprendizaje en esta represente algo que unifique las voluntades, no en abstracto sino a través del yo, o sea, sobre sí mismo. Quiero decir, en conjunto, sobre nosotros. Los que vivimos amando el Carnaval. Un buen ejemplo sucede con el porro María Varilla. En el departamento de Córdoba no hay una persona que no lo considere su himno popular. Y que conste que no tiene letra. Pero tiene la suficiente alma pelayera en sus notas para elevar, en grado sumo, la espiritualidad sinuana. Al lado del sombrero vueltiao y del mote de queso con ñame, ¿quién se atreve a decir lo contrario? En esta materia, finalmente, la pieza Te olvidé es la que más ha avanzado en esta dirección. Pero se ha quedado en la mitad del camino para alcanzar la gloria carnavalera de ser el himno de tan arraigada fiesta popular en Barranquilla. Porque la identidad, mis amigos y amigas, no es de medianías. Es de un propósito colectivo accionado, ¿cierto?