Por: Julio Oñate Martínez
Los viejos juglares del vallenato, que iniciaron nuestra historia fonográfica al llegar merodeando a los centros urbanos, siempre enarbolaron la cumbia en sus grabaciones por ser este el aire regional más arraigado y conocido en el Magdalena grande y la parte mayor del viejo Bolívar.
Le correspondió al plateño Pacho Rada la génesis en esta suerte, cuando llegó por vez primera a Barranquilla, y allí en los estudios de La voz de la Patria grabó un primitivo acetato de 78 R.P.M con el son El botón de oro y la cumbia La Sabrosita, que se escucho a placer en toda la Costa donde pudiera sonar uno de aquellos radio receptores Zenith o Telefunken, imperantes en la época.
Hacia 1948 siguiendo los pasos de Rada, confluyen en la arenosa avezados y destacados acordeoneros que, desde entonces, edificaron el más solido y grandioso historial sonoro del vallenato y en el 49 Luis Enrique Martínez, con el primer tres hileras Dos Coronas que llego al país, le pegó el mayor pretinazo que con acordeón se le haya dado a la cumbia. Desde entonces sigue tan fresca oronda y seductora “La cumbia cienaguera” que vive y vivirá recorriendo el mundo como un símbolo de la riqueza musical colombiana. Después de su grabación, en una forzosa capitulación, la disquera Fuentes de Cartagena obligó a Esteban Montaño (letra), Andrés Paz Barros (música) y al pollo vallenato (arreglo) a firmar un documento autoral con igual merito para los tres.
La constante permanencia de Luis Enrique en la zona bananera y tener por dos años como guitarrista de su conjunto a Esteban Montaño (cienaguero) le permitieron conocer las intimidades de la cumbia, un aire que los patrones del acordeón allá en Fonseca nunca tocaron.
La respuesta de Abel Antonio Villa no se hizo esperar y – a comienzo de los cincuenta- de autor anónimo grabó la cumbia Remolino de Oro, también conocida como Manito Uribe, hoy gratamente recordada por los mayores pues fue un verdadero éxito en toda la Costa.
Para el negro Alejandro Durán la cumbia no tuvo mayor atractivo pero encontramos en el sello popular de Barranquilla en 1955 la cumbia “El Pañuelo” que realmente fue grabada por Neferito, su hermano menor, quien al no poder firmar el contrato respectivo por carecer de la cedula de ciudadanía requerida le toco al negro asumir el papel de intérprete.
En 1953, Andrés Landero, el más virtuoso ejecutante de cumbias con acordeón que hemos conocido por haber recibido la herencia gaitera de su padre Isaías Guerra, evidenció su maestría en el sello Curro de Cartagena en la “Cumbia Sanjacintera”, un homenaje al pueblo que lo vio nacer. Sin embargo, se hizo realmente famoso con otra hermosa cumbia identificada como “Una tarde en la montaña”, pero que hoy con el nombre de la Pava Corgona ha recorrido varios continentes.
El conjunto “Los vallenatos del Magdalena” con la voz de Romancito y el acordeón de Aníbal Velásquez, adolescente en la época, en ese mismo año 53 llevaron al microsurco “La negra Micaela”, una alegre y melodiosa cumbia que alegró todo el Caribe colombiano.
El barranquillero y rey vallenato Alberto Pacheco nos dejó como legado de su versatilidad musical el tema “San Jacinto”, una cumbia instrumental que escuchamos en todas las temporadas de fin de año.
Solo hasta 1960 Alfredo Gutiérrez, excelso ejecutante de cumbias, dio su primera puntada con la cumbia Zambranera, del zambranero, Bolívar, Cesar Castro Jerez.
Es palpable que por no estar la cumbia ligada a la tradición musical del Valle de upar connotados juglares como Colacho Mendoza, Miguel López, Emilianito Zuleta – y muchos más- nunca se ocuparon de ella.
Los jóvenes acordeoneros de moda la ignoran por completo, pero siempre hay una excepción como la de Gonzalo Arturo “Cocha” Molina y Poncho Zuleta que con la grabación reciente de “La Gitana”, una bella cumbia de Calixto Ochoa, pusieron a Zumbarle el talón hasta a los enfermos de reumatismo.