por Jorge Ramírez Caro
No es cierto que el folclor es sólo para cantar a las tradiciones, costumbres y exaltar el color local de los pueblos. Tampoco se trata de hacer cuadros primitivistas de la naturaleza, exaltar lo campestre y darle cabida a toda suerte de leyendas y otros sucesos del pasado. Mucho menos tiene que ver sólo con aquellos tiempos inmemoriales de nuestros antepasados, fundadores y pilares de nuestra cultura. Sería ajeno a toda verdad decir que el folclor es una expresión cultural sin ningún compromiso con el entorno social, histórico y cultural en el que se desenvuelve.
Grandes folcloristas latinoamericanos nos han dado vivo ejemplo de que el folclor también incorpora los problemas del presente y asume una actitud crítica, polémica, cuestionadora y desenmascaradora de los agentes generadores y propagadores del mal, solapados en las estructuras de poder y encargados de torcer la justicia, impedir la libertad y evitar a toda costa que la vida alcance para todos. Ejemplo de esta tendencia de folclor comprometido, crítico y combativo son Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, los Mejía Godoy y tantos otros.
Pero no sucede así con el folclor de San Jacinto, particularmente con el expuesto por los Gaiteros y los Gaiteritos de San Jacinto. Puede decirse que la música expuesta por estas dos agrupaciones nos muestran dos caras antagónicas del folclor: por un lado materializan la memoria heredada de los ancestros y por otro pareciera que el contexto desde el que se generan sus letras y sus sonidos se redujera sólo a la fiesta, a la parranda, al baile y al ron. Para que no se piense que estoy desvariando, me permitiré ahondar en cada una de estas dos caras.
Nuestra música como memoria
Nuestra música es tal vez el libro más completo sobre nuestra memoria histórica colectiva: no sólo sirve para conectarnos y cohesionarnos entre nosotros mismos, sino también para entroncarnos con nuestro origen. Por medio de nuestra música sabemos que somos un pueblo mestizo donde convergen tres sangres con sus respectivos aportes culturales: la indígena con sus gaitas y maracas, la negra con sus tambores y la blanca con su canto y su palabra. Esta memoria histórica también nos recuerda a los fundadores de nuestro folclor, pilares y fundamentos de lo que es la música en nuestro pueblo hoy: Toño Fernández, Andrés Landero, Ramón Vargas y Adolfo Pacheco. En esta memoria han ingresado las nuevas generaciones, semillas cultivadas y abonadas a la sombra de quienes no vacilaron en autodenominarse Los gaiteros de San Jacinto y le dieron la vuelta al mundo. Como memoria, nuestro folclor nos recuerda quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Pero la mayor de las veces nuestra música se presenta como la memoria de un pasado que se añora, como un tiempo y un lugar al que volvemos con nostalgia, mundo idealizado, retenido en la memoria como una utopía y recordado con guayabo:
“Domingo de carnaval
todo el tiempo te esperamos
para tener la hermandad
como en los tiempos de antaño”
(“Cumbia carnavalera”).
“En esa bella región
donde andábamos unidos
hermanos, amigos y primos
que se amaban de corazón.
Pero como el tiempo pasa
recuerdo y me da guayabo
y como la vida cambia
nos tiene tan separado
y aquellos tiempos pasados
son cosa que me enguayaban”.
(“Décima”).
No se indica en los textos una razón histórica, social y cultural por la cual haya que escapar del presente y refugiarse en aquel mundo utópico de fraternidad, paz y tranquilidad. El cambio se ve como una cuestión natural, sin que intervenga en él una fuerza humana (“como la vida cambia”). Es aquí donde empieza a dibujarse la otra cara de la moneda.
Nuestra música como evasión
En nuestra música prevalece la idea de divertimento, disfrute y deleite para el cuerpo que baila y para el espíritu que ríe y goza con el humor presente en algunas canciones. El mundo desde donde se produce parece limitarse y circunscribirse a la fiesta, a la parranda y al espectáculo público. Pareciera que la música está hecha sólo para atraer gente para la fiesta y el jolgorio. El auditorio para el que se piensa esta música se le priva de reflexionar sobre los problemas de la vida cotidiana: el hambre, la explotación, la tructural y la muerte de mano de agentes institucionales, bandas y delincuentes. A excepción de algunas piezas, puede decirse que la música de Gaiteros y Gaiteritos está llena de motivos que no tienen que ver con una visión crítica de lo que sucede en las esferas social, política y económica del país.
Al no problematizar, ni polemizar, ni cuestionar, ni confrontar la realidad desde la que se produce, nuestra música se vuelve ciega y sorda, complaciente y exaltativa. Se ajusta o se acomoda al espectáculo, a la ceremonia oficial, al acto protocolario, al acto cívico institucionalizado. Con esa actitud cumple dos funciones básicas: sirve a los intereses de quienes desean que el pueblo no se entere de cómo anda el mundo y justifica y legitima la problemática social.
Pareciera que quienes componen lo hacen de espalda a la realidad, con los pies en las nubes y con el objetivo de no incomodar a nadie y quedar bien con todos los públicos posibles. Por esta razón, nuestra música está llena de elogios, filiaciones y dedicatorias al mundo político-empresarial patrocinador, organizador de fiestas y parrandas. Es más, la mayor de las veces, las canciones nacen al calor de estas fiestas y quien pone la plata también compra el tono.
Cuál es el problema de fondo
Lo propio de la cultura oficial dominante es exaltar y apoyar todo aquello que sirva para confirmar, acentuar y avalar sus intereses. En cambio es tildado de peligroso e indigno todo aquello que manifieste un germen de inconformidad y que cuestione, devele o desenmascare las estrategias de los poderosos. Es hora de pensar si queremos seguir formando parte del fandango de los poderosos o si empezamos a levantar la voz por un pueblo amordazado por miedo a quienes tienen los fusiles.
¿En qué radica el problema de nuestro folclor en relación con las fuerzas políticas del entorno? Básicamente en que no ha sido necesaria la injerencia del Estado y de los políticos para que le diéramos la espalda a los problemas sociales, políticos y culturales. Nosotros mismos, como por arte de sobrevivencia, nos hemos encargado de alienarnos de nuestro contexto. Este espaldarazo al mundo circundante pareciera una táctica política para mantenernos vivos en el ambiente y para ser aceptados por un mercado que le interesa vender aquello que no lo cuestiona ni desenmascara.
Esa actitud camaleónica, mimética, no es nueva. Desde su nacimiento, nuestros cultores se han encargado de vaciar nuestra música de un espíritu crítico y cuestionador para plegarse a una lógica ajena en la que se renuncia a toda confrontación con el mundo, con los problemas. Es probable que esta renuncia a polemizar se deba a la deuda que los cultores de nuestro folclor adquieren con quienes los patrocinan o los contratan para engalanar sus fiestas. Estamos ante la típica imagen del artista satisfaciendo las demandas y gustos de su benefactor.
Tal vez sea el espacio de fiesta, parranda y espectáculo donde se presenta la música el que evite que se externe lo que se siente, se piensa y se cree sobre la realidad en la que se vive. Tal vez sea porque quien contrata, paga y pone el ron sea el político de campaña, o el alcalde ganador, o el aspirante a concejal, o el doctor o el empresario patrocinador. Tal vez por todo esto junto, las canciones no la emprendan contra los corruptos, los explotadores, los depredadores y los asaltantes del pueblo. Tal vez sea porque nos han hecho pensar y creer que lo propio del folclor sea exaltar tradiciones, costumbres y herencias ancestrales. Tal vez eso sea lo que algunos quieran que creamos y practiquemos. Pero ya es hora de pensar diferente y de hacer las cosas de otro modo.
Esta cultura de la dedicatoria y de la filiación, de la complacencia y el fandango ha convertido nuestra música en cómplice y alcahueta, acomodaticia y adaptativa. Quien pone la plata no debe ser quien imponga la pauta del ton y del son. Es hora ya de dar con nuestro verdadero rostro y con nuestra verdadera voz. El dicho aquel que dice “por la plata baila el perro” no debe ser nuestro norte ni nuestra expectativa a la hora de focalizar los temas que debemos tratar en y con nuestro folclor.
Cuál es mi propuesta
No podemos seguir componiendo y cantando música para que nuestro pueblo se distraiga y se olvide de la pobreza, la corrupción política y la violencia estructural que lo desangra. El pueblo no puede seguir esperando ha hora en que un hijo suyo convierta su silencio en queja, transforme su miedo en valor y abra con su canto el camino que lo lleve a un mundo mejor. Es tiempo de inculcar en nuestro semillero de gaiteros una conciencia crítica y un compromiso estético, ético y políticamente correcto.
Por eso, el lugar de una música de la nostalgia, produzcamos una música de la memoria viva y del compromiso activo. Esto implica asumir el pasado como fuente de donde se vuelve para enfrentar el presente y abrirle paso al futuro: lo mejor no ha quedado atrás, sino que está por hacerse, lo estamos construyendo.
En lugar de alianzas y filiaciones políticas de conveniencias, asumamos compromisos ética y políticamente correctos para poder cuestionar, polemizar y desenmascarar las actitudes y los hechos que se oponen a la construcción de una sociedad justa, solidaria, democrática y pacífica. Nuestra música puede cantarle a los sueños y esperanzas de nuestro pueblo y convertirlos en banderas de arraigo, de identidad y de forjador de caminos para los que vienen detrás.
Sumarle a la conciencia interétnica e intercultural una conciencia de género que reconozca a la mujer como sujeto y persona en igualdad de derechos, condiciones, capacidades y habilidades, para que no siga siendo cantada y ante de todos los males que afectan al hombre. Promover las tradiciones no significa reproducir estereotipos y prejuicios que denigran a las personas. Respetar el legado de nuestros antepasados no tiene que ver con repetir y reproducir sus errores.
Además del papel preponderante asignado a los viejos como pilares de cultura y sabiduría ancestral, pongamos nuestra atención en niños, niñas, adolescentes y jóvenes como portadores de la semilla de nuestros sueños y como la esperanza del futuro. Eso queda bien claro en estos versos:
“Somos un puñado de niños
al rescate de nuestro folclor.
Gaiteritos de San jacinto
que les viene a alegrar el corazón.
Es herencia de antepasados
que queremos prolongar
Con gaita, tambores y guayos
de mi tierra cultura ancestral”
(“Homenaje a los gaiteritos”).
El trayecto de San Jacinto al Cerro Maco o de San Jacinto a cualquiera de sus corregimientos no es sólo paisaje, ni está lleno sólo de cantos de pájaros, ceibas y animales. Por esos caminos han sido asesinados muchos de nuestros hijos, hermanos y amigos campesinos. Su sangre aún clama justicia. ¿Quién ha escrito una cumbia por los caídos, cuántas canciones mencionan esos sucesos?
No me vayan a decir que tengo la intención de politizar la música porque más politizada no puede estar. Desde el momento en que ha optado por divertir, entretener y servir como medio para que la gente se evada y olvide sus penas y dolores, miserias y tragedias, la música está cumpliendo la función política de alienar. Desde el momento en que no denuncia, ni cuestiona, ni confronta a quienes destejen las esperanzas de su pueblo, ni anuncia una salida a los problemas también está cumpliendo con la política de cegarse a ver y mostrar horizontes. Desde el momento en que se empecina en ver el mundo sólo como fiesta y olvida el resto de los acontecimientos de la vida cotidiana se está descomprometiendo de su contexto histórico, social y cultural.
Lo que propongo es que optemos por la otra cara de la moneda, por la política del despertar, cuestionar, denunciar y anunciar una posición crítica frente a la vida y el entorno donde nos movemos. De ese modo nuestra música, nuestro folclor, no será chantajeado y amordazado por quienes mandan en ese momento, ni se dejará llevar por las modas de turno, sino que tendrá un proyecto identitario propio, con sueños propios y vida propia. Que nos vamos a comprar un problema, nos lo compramos. Pero sabremos que no estamos caminando de la mano de oportunistas que utilizan la música para abrirse camino hacia la mente de la gente que pueda darles el voto.
Ese problema que nos vamos a comprar jamás será más grande que el estar amordazado y con miedo a denunciar y desenmascarar a los corruptos. No será más grande que vender nuestra conciencia a quienes nos pagan por cantar. No será más grande que estar ebrios toda la vida sin posibilidad de ver la realidad. No será más grande que volverle la espalda al pueblo con todas sus angustias y tragedias mientras nos aliamos y amenizamos la fiesta del que pague mejor.
Que no muera la gaita. Que no muera la cumbia. Que no muera el acordeón. Que tampoco mueran nuestros niños, nuestras niñas, nuestros jóvenes, nuestros campesinos, nuestros abuelos. Que no muera el pueblo desangrado por tanto político ciego de ambición. Que no mueran nuestros sueños ni nuestra esperanza. No echemos al olvido a quienes murieron para que hoy estemos vivos.