Crescencio Salcedo: La múcura y el caimán, música genérica de un gran compositor

Crescencio Salcedo: La múcura y el caimán, música genérica de un gran compositor

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Por: Álvaro Morales Aguilar

Crescencio Salcedo, mientras pudo hacerlo, caminó nuestro planeta con su vestido de carne de coco sobre los pies descalzos, empolvados en los caminos elementales, en compañía de una mochila terciada sobre sus hombros y una flauta campesina. Había nacido en Palomino, Bolívar, el 27 de agosto de 1913 y sucumbió a un derrame cerebral el 3 de marzo de 1976, en Medellín, donde reposó las ampollas del cansancio y la trashumancia, sobreviviendo apenas con la venta de las pequeñas flautas que él mismo fabricaba y ejecutaba en las calles, rumiando a solas los dolores de un resentimiento justo y mesurado, e intentando fraguar en el corazón el zumo de ají de la mendicidad, a pesar de haber brindado al mundo el encanto de sus canciones emblemáticas “Mi cafetal”, “Santa Marta y Cartagena”, “Yo no olvido el año viejo”, “El hombre caimán” y “La múcura”, para citar las más enraizadas en nuestros recuerdos, y de las que poco se lucró, pese a su popularidad y difusión, debido al tramposo apetito de las casas grabadoras, y al saqueo, al amparo de la ley, del talento de nuestros creadores.

Sea el momento de la evocación de este inolvidable compositor colombocaribeño, para insistir en que la trascendencia de su música radica en que ella se amamantó de la cotidianeidad de la vida social de su región natal y vital: historias reales de carne y hueso, historias de fantasmas, mitos y leyendas, todo ello humus nutricio de la conciencia popular, y del arte musical, literario y poético. Tener clara, entre ceja y ceja, la base popular de la música de Crescencio, nos permite entender, obvio que limitadamente, esta afirmación suya: “Nunca me gusta hacerme pasar por compositor de ninguna obra. Siempre he creído que uno no compone nada, sino que lo único que hace es recoger motivos de lo que está con perfección hecho. De acuerdo con la cultura, con ese pulimento que uno tiene, puede recoger la obra. Nadie compone nada.

Todo está compuesto con perfección”. Sin duda, en lo antes dicho a sus dos biógrafos antioqueños, Jorge Villegas y Hernando Grisales, que en 1976 publicaron un libro sobre la vida y la obra del compositor (Editorial Hombre Nuevo, Medellín), se perciben dos aspectos para destacar: una actitud de humildad y recato, contraria a la megalomanía de ciertos compositoresnuestros, y una percepción apenas empírica de un fenómeno observable en el hábitat rutinario caribeño rebosante a reventar de “música”: los creativos y simpáticos pregones de los vendedores callejeros, la cadenciosa entonación del habla cotidiana, de los dichos y refranes, el tarareo de la brisa entre las ramas, el murmullo y hasta los ramalazos de la lluvia sobre los techos, el surtido pentagrama de trinos y silbidos de las aves en los frondosos patios de las casas, los cantarinos saludos que festejan los encuentros, las despedidas y los reencuentros, el lúbrico siseo que emana de las olas del mar y de los ríos en playas, barrancos  y orillas, el mece-mece de las canoas varadas en las riberas, el canturreo de las lavanderas en el rio o en las bateas y el que ellas exprimen y extraen de los traposgolpeados en las rocas  o con los palos sobre ellas para aflojar el mugre, del acto de pilar el maíz en el pilón la pilandera, el sortilegio de los decimeros, de las cantadoras y cantadores de la fiesta y del baile popular porque en el medio existencial del Caribe colombiano se necesita estar muerto para no experimentar  esa especie de “música genérica” que se derrama por todos los poros de la vida social, del ambiente y de la naturaleza.
Variaciones temáticas en dos procesos creativos Y en correspondencia con lo expuesto, hablemos un poco de dos de las composiciones estrellas de Crescencio, “El hombre caimán” y “La múcura”, para captar las variaciones temáticas en su proceso creativo: La primera está soportada en una muy célebre leyenda regional, algunos hablan de un mito, de nuestra cultura anfibia, como la denominó Orlando Fals Borda, según la cual el pescador Saúl Montenegro, de la población de Plato, estragado por la pulsión voyerista de espiar a las mujeres bañándose y retozando en el río Magdalena, viajó largo a La Guajira en busca de los brujos de la región para regresar con algún conjuro o artilugio que lo transubstanciara en caimán.
 No hizo el viaje en balde, porque de allá vino con tres asombros a su haber: un rezo mágico para antes de iniciar el rito de la conversión, y dos botellas: una llena de un líquido con elque debía rociarse el cuerpo después de la oración para transmigrarse en caimán, y la otra para volver a pringotearlo si quería regresar a lo que antes era. Y así fue, porque una noche Montenegro caminó a la orilla del río con un amigo suyo de confianza, pero desconfiado, al mismo tiempo, y después de rezar la oración y de que su amigo le salpicara el cuerpo con el líquido convertor, el pescador se  introdujo en el agua en la que se deslizó suavemente sin que su
cómplice percibiera la transmutación del acompañado. Y así no fue porque, según asegura la leyenda, el compinche debió esperar tres horas el regreso de su amigo, y cuando esto ocurrió lo hizo tan sigilosamente que, al aparecer, fue tanto el susto, el sobresalto, que tropezó los envases y estos se desportillaron contra una piedra, por lo que apenas unas gotas del líquido reversador le asperjaron al caimán el rostro, siendo ésta la única porción del cuerpo que le devino humana. Dicen que el amigo de Montenegro se esfumó del lugar dejándolo abandonado a su suerte, aun cuando si avisó a la madre del metamorfoseado el percance sucedido, sin que ella faltara ni una noche en la orilla del río para alimentar a su hijo con queso, suero, yuca y una que otra botella de ron Caña. En su vagancia por las aguas del río Magdalena, se comenta que
Revista músico-cultural del Circulo de Amigos de la Música del Ayer, CIRDAMAYER La Lira Montenegro quiso nadar hasta Barranquilla, abortando el intento porque enterado de que allá lo esperaba una curiosa muchedumbre tuvo miedo y optó, mejor, por internarse en los playones de Plato, enamorándose de él una campesina, una especie de Pasifae criolla, que, apiadada de su tragedia, sintió por él una insana pasión zoofílica, parecida a la que experimentó la griega por el hermoso toro que Poseidón envió y con el cual ella se amancebó haciéndose madre del monstruoso Minotauro, y le dio una hija que nació con cola de caimán.



 El motivo de “El hombre-caimán” En forma desapercibida se puede pensar que la leyenda plateña es el motivo fundacional de la composición El hombre caimán  y parece que no hay tal según la aclaración que su autor hiciera a sus biógrafos antioqueños,  al asegurarles que se originó en  unos enamorados de Magangué. Eran, dice el compositor, ”un par de clientes, o sea mujer y hombre. De pronto el muchacho disgustó con el suegro y los hermanos de la muchacha. Ya que en tierra no se podían ver para poder hablar, el muchacho con la muchacha tenían que ponerse de acuerdo para bañarse…” “El baño era en el río. En el río Magdalena, en un remolino muy grande que ocupa el medio de Magangué…en esa temporada se decía que en el remolino siempre veían un caimán” (p. 29). Y al respecto de la alimentación y las bebidas que la madre de Montenegro le llevaba cada noche, Crescencio aclara que ese detalle aparece en su canción porque un amigo suyo, tenía una “garita casi al frente del remolino. Él fue el primero en darse cuenta porque el muchacho antes de irse a bañar llegaba y se tomaba un trago de ron, a veces un trago de vino.

Aveces pedía queso y pan”. Y si nos remitimos al viaje del hombre caimán a Barranquilla, en la canción de Crescencio, su personaje, que es de origen bolivarense como el mismo compositor, y no magdalenense como el de la leyenda plateña, sí viaja a Barranquilla porque el modelo que la vertebra es el supuesto personaje de  Magangué que “…era un muchacho muy vivo para el negocio. Él se iba a veces a la Sabana a comprar hamacas para venderlas, o se iba al Banco a comprar piñas para venderlas al por mayor y al detal…como él en esa temporada viajaba a Barranquilla, llevando naranjas, llevando piñas…”. Por el contrario, el personaje de la leyenda de Plato se resiste a navegar por el río Magdalena hasta aquella ciudad porque se atemoriza y prefiere ocultarse en los playones que circundan la población de sus orígenes, siendo visto en aquel entonces en las ciénagas de Zárate y Cerro Grande. El motivo de “La múcura” Y si nos vamos a la canción “La múcura”, Crescencio explicó a sus biógrafos, que: “… este era un juego muy gracioso para el pueblo. Cuando un niño moría, se iba en la noche a acompañar a los padres.

 Se reunía todo el pueblo, acompañando a los padres del niño… los hombres y las mujeres se sentaban en ruedo. Se escogían dos personas. Una se tiraba en el centro del ruedo, boca abajo en el suelo, y la otra persona escogida trataba de levantarla. A la que estaba en el suelo se le decía “la múcura” y se hacía más pesada como una vasija grande, muy grande…” Como se ve, Crescencio no recrea en su canción el juego tradicional que él describe, pese a que toma algunos elementos suyos. Tampoco el acto banal de que la niña de la canción intente levantar sobre sus hombros o su cabeza, sin conseguirlo, la vasija de barro llena de agua, que en la región se denomina múcura, ya que, de creerle al compositor, la génesis de esta composición musical no es otro que “el deseo de burlarse de un señor a quien en su pueblo natal le tenían el apodo, el sobrenombre de “múcura”, cuya mujer deslenguó cualquier día la infidencia de que su marido no podía hacer el amor porque una hernia o “potra” en sus genitales se  lo impedía”. Es deducible, entonces, que el apodo al personaje de que habla Crescencio obedeciera al hecho de que al producirse una hernia en el genital éste se agiganta, y quien la padece semejara transportar entre sus piernas un objeto cuya forma aparenta una vasija redonda o cuasi redonda que la imaginación popular asimiló, en el caso de marras, con una “múcura”. Entonces digamos que el motivo del juego popular fue escogido no por el juego en sí mismo sino porque, al decir de Crescencio, “… hacía broma al señor “múcura”. Yo quería decirle “múcura” de frente, pero sin que él se sintiera que era una malcriadeza que estaba cometiendo… yo estaba de 13 o 14 años cuando pude haber escogido ese motivo.

Entonces me fue surgiendo la canción” .
La dinámica cultural de un talento En conclusión, en cuanto a la leyenda de “El hombre caimán” es obvio que nos hallamos, 1º) ante dos versiones provenientes de los departamentos de El Magdalena y de Bolívar, región ésta en donde había nacido Crescencio, quien debió conocer, sin duda, la leyenda plateña muy difundida en el Caribe colombiano, antes de su canción, y en todo el país y Latinoamérica después de ella. Sólo que son sincréticas, pese a lo cual la versión de Crescencio difiere de la original leyenda de Plato apenas en lo concerniente al viaje del hombre-caimán a la hermosa Barranquilla y en la fuente de la alimentación del hombre-caimán; 2º) la canción “La múcura”, trasciende el supuesto referente lúdico que menciona Crescencio para dar paso a una intención burlona y “mamagallista” dirigida, como se ha dicho, al personaje apodado “múcura” por las razones supuestas antes; 3º) lo analizado al respecto de los motivos que asistieron a Crescencio en la “composición” de las dos canciones escogidas, es útil para observar que él no fue el simple recolector de una música que ya estaba hecha, como él ingenua y humildemente pensaba, sino un verdadero “creador” de dos obras musicales populares que sin duda no existían antes de él, y que únicamente empezaron a vivir cuando las engendró y parió a través de un proceso de gestación y partos artísticos asistidos por la dinámica natural de su talento

Se dice que todas sus composiciones son de una abuela, la evidencia es que después de la muerte de su abuela, Escalona no volvió nunca más a componer algo que sirviera, la abuela le proporcionaba los temas y el tono y él se la chiflaba a su compadre poncho cotes