por julio oñate Mtz
Indudablemente, el acordeón es un instrumento bendito por Dios y de haber existido en los orígenes del mundo, estoy seguro que hubiera sido Abel el encargado de alegrar las hermosas noches del paraíso mientras el malpechoso del Caín estaría acompañándolo con la quijada del burro que mas tarde utilizaría para romperle el cráneo y quedarse con el codiciado tornillo e’ maquina.
Menos mal que el Creador bien lo supo hacer y sólo permitió que éste apareciera milenios más adelante, en manos de Ciril Demian, sin duda un directo heredero de los nobles sentimientos del menor de los dos primeros hermanos que registra la historia de la humanidad.
Desde entonces, siempre ha sido el acordeón el encargado de paliar penas, transmitir alegrías y nostalgias, abrir puertas, conquistar corazones y hasta servir de arma de aquellos que sean capaces de ejecutarlo.
El maestro Abel Antonio Villa (q.e.p.d) me comentaba con gran vehemencia qua a sus 10 años al momento de afianzar por vez primera en su pecho el acordeón de su padre, tuvo la sensación que éste era un escudo que iba a protegerlo durante toda su vida, como en realidad ocurrió.
Lo anterior me hace pensar que en la noche del encuentro de Francisco el Hombre con el diablo, si éste en lugar del acordeón llevara una rula, sin dudas, con el trinche lo habría ensartado el maligno, pero gracias a Dios, al credo al revés y al tornillo e’ máquina, se impuso el bien sobre el mal, episodio que se repetiría después con ‘Pacho’ Rada, Pedro Nolasco, Salustiano Zúñiga y quizá con cuantos más que han utilizado el acordeón como arma para el ataque o escudo para la defensa.
En sus años de andariego, Samuelito Martínez pudo salvar su vida una azarosa noche por allá en Tronconal cuando tres puñales le lanzaron a su pecho pero solo hicieron blanco en su acordeón según lo relata el mismo en su merengue Potrerillo, episodio que hoy muestra su viejo acordeón guacamayo sirviéndole de escudo.
En El Chivolo (Magdalena), de los años 50, en una de la memorables parrandas de don José Lozano y el temible ‘Pacho Parrao’ se atropellaban a verso y fuelle Luís Enrique Martínez y Abel Antonio Villa, presentándose en el fragor de la piqueria y como siempre en tono desafiante Juancho Polo Valencia. ‘El Negro’ Abel, ladino y repentista veloz no le daba chance a Valencia de lucirse ante la concurrencia ya que éste no era buen improvisador; sin embargo, en un momento de inspiración sorprendente Juancho le acotejó esta demoledora cuarteta:
“Abel no se llama Abel
Se llama es mentira ‘fuedte’
Vive engañando a la gente
Con discos que no son del”
Herido en su amor propio, Abel Antonio, iracundo, arremetió contra él, descargándole un acordeonazo en la mollera dejándolo casi inconsciente, teniendo que ser llevado al hospital. Creo que es el único caso que revela nuestra historia de un juglar que ripostó una ofensa, no con notas y versos, sino esgrimiendo su acordeón como una arma de alto peligraje y contundencia.
En todos los festivales vallenatos que se realizan es y será siempre el acordeón arma y escudo de los juglares vallenatos para imponer su casta y derrotar adversarios.
¡Bendito sea el acordeón!
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