Por Arnold Tejeda Valencia
Como todo el mundo conoce, Alejo Durán nació en El Paso (Cesar) cuando este Municipio hacía parte del Departamento del Magdalena. Hacia el sur, la tierra de “El Negro Grande del Vallenato” está muy cercana a Chiriguaná y Chimichagua, este último pueblo a orillas de la Ciénaga de Zapatosa, cuerpo de agua que en su parte suroccidental se halla El Banco, puerto muy significativo en la historia económica y social del bajo Magdalena. Remontando ese impetuoso río desde la cuna del notable José Barros Palomino, yacen San Martín de Loba, Hatillo de Loba y Altos del Rosario (Dpto. del Magdalena) y Tamalameque (Cesar). Franja territorial habitada inicialmente por los chimilas y malibúes, indígenas que comenzaron a convivir con blancos y negros a partir de la colonización española. A lo largo de ese proceso histórico, lo triétnico se cimentó con las expresiones propias de sus ancestros culturales, cimentándose una sólida base social en esta parte correspondiente al hábitat de esa culebra acuosa que se desliza desde el vientre montañoso de los Andes. Algunos historiadores de esta porción continental de Colombia la han calificado como una “cultura anfibia”, porque el gran río y los cientos de caños que allí pululan han sido muy influyentes en las costumbres, usos y valores que nuclean la cotidianidad y los imaginarios de sus pobladores. En lo que se refiere a la música, allí están arraigados los bailes cantados que, desde sus orígenes, han sido interpretados por grupos constituidos de percusión y voces, que son bailados en parejas. Entre los ritmos más llamativos para el goce en las principales festividades, como las fiestas patronales y la Navidad, se cuentan el bullerengue, el fandango, el chandé y la tambora, aunque existen otras expresiones rítmicas muy variadas que no podemos ignorar. En todo caso, es importante aclarar que la palabra tambora posee en la región un sentido polisémico, esto es, que se utiliza indistintamente para designar la festividad correspondiente, lo mismo que el baile y la música que logran ejecutarse para los efectos señalados. La tambora, a su vez, es el instrumento percusivo de mayor tamaño y que posee dos parches en su contextura cilíndrica para ser golpeados por un par de baquetas rústicas que van cimentando el golpe rítmico que se requiere.
El chandé
Es uno de los tantos ritmos alegres y fiesteros del folclor caribeño colombiano interpretado por los grupos de tambora que permite afianzar el espíritu idiosincrásico de la población costeña, que tiene en el Carnaval uno de los mayores espacios para bailar masivamente lo que culturalmente africanos, españoles e indígenas fusionaron para la posteridad.
La madre de Alejandro Durán, Juana Díaz Villarreal, fue una consumada cantadora de la variedad rítmica de esos poblados ribereños turbados por los sonidos tamboriles salidos de las manos callosas de bogas, pescadores y vaqueros, que combinaban sus quehaceres laborales con la música los fines de semana, así como en las fiestas más significativas de la zona. Alejo Durán, lo mismo que sus tres hermanos, fueron arrullados maternalmente con esos cantos folclóricos entonados por esa mujer que quería los mejores sueños para sus hijos. El gran acordeonero que logró obtener el primer reinado en el Festival de la Leyenda Vallenata de 1.968 acumuló, desde su temprana niñez, las mayores simpatías por las canciones que escuchaba de su progenitora. En la historia de la humanidad siempre se ha reconocido y valorado el papel influyente de la madre en la formación de sus hijos.
Y Alejo Durán vivió ese principio fundamental de vida a través de la ternura. Cuando en su juventud aprendió a ejecutar el acordeón, además de los paseos, sones, merengues y puyas del folclor vallenato, incluyó chandés y cumbias, ritmos interpretados en su naciente estilo y ajustados ellos a las condiciones percusivas que exigían las notas de su acordeón. Salta a la vista que las expresiones rítmicas denotadas por los grupos de tambora que imperaban en el centro y sur de los Departamentos de Bolívar, Magdalena y Cesar hicieron mella en la personalidad musical de Alejo Durán. Recuérdese que en 1.939, a la edad de 20 años, conformó su primer conjunto con sus hermanos Nafer y Luis Felipe. Años más tarde, lo hizo con Agustín Cudre y Daniel Barraza, alegrando las parrandas en las fincas y cabeceras municipales, con sus respectivos corregimientos, de El Paso, Chiriguaná, Tamalameque, San Martín de Loba, Altos del Rosario y otros poblados de ese entorno ribereño. Del peregrinaje por esa zona bañada por el río Magdalena y su infinidad de caños ricos ictiológicamente, nació su famosa pieza Altos del Rosario, paseo en el que describe la gozadera festiva y el medio de transporte utilizado (la lancha “Argelia María”) en ese entrañable pueblo, de cuya riqueza folclórica con los sones de tambora nunca pudo haber hecho abstracción por la sencilla razón de que esa música hacía parte de la riqueza cultural del sitio donde nació y sus alrededores. Por eso en la discografía de Alejo Durán se encuentran cumbias, chandés y porrocumbés. Entre las primeras, están Candela viva, Bonita es la vida y Compae Nacho; en los chandés, se cuentan los más conocidos: Dime por qué lloras y La perra, este último tema referenciado como “pajarito”, ritmo que para muchos folcloristas se trata del mismo chandé; y en cuanto a los porrocumbés, el más conocido y muy bailado es Ron con limón.
Qué perra
Quizás la pieza más anecdótica de “El Negro” Durán ha sido La perra, pajarito que ha venido tomando las características de una leyenda por los elementos imaginativos que se han dado sobre el contenido de su letra en toda la región Caribe, que así dice al inicio:
“Ahí viene la perra / que me iba mordiendo
/ perra valiente / que mordió a su dueño / es
una perra valiente / es una perra tan brava
/ el dueño dándole palo / y la perra dándole
diente”.
Esa furiosa perra, que “es un tigre encaramao”, tiene una singular y simpática historia que motivó a ser convertida en canción por el gran juglar de El Paso, que refiriéndose a ella dijo textualmente en su hablar campechano:
Resulta que una vez estuve en Chimichagua.
Allí había dos tipos que eran amigos,
pero hubo un momento que la mujer de
uno se enamoró del otro. Este no quiso
meterle la infracción a su amigo y le dijo:
¿Por qué no dejas a tu mujer? (…) Ella
está citada conmigo. (…) Anda a tal parte
que estamos citados.
Entonces el marido de la mujer se metió
una rama de totumo por dentro y se fue a
esperar a la mujer allá. Cuando la mujer
llegó y se dio cuenta que era el marido se
fue a correr. Entonces el marido la cogió y
me la va levantando con la rama esa. La
mujer en vista que no se pudo escapar se
le devolvió y lo mordió todo.
(Fuente: Colombia Tropical, pág. 138). En el Caribe colombiano la palabra “perra”, utilizada despectivamente, se refiere a la mujer “fácil”. Emplearla en ese sentido es una ofensa mayúscula hacia la mujer. A partir de la grabación de ese tema en los años cincuentas, comenzaron a tejerse los visos de una leyenda por los caracteres inventivos propios de estas tierras macondianas.
¿Cómo así? De esta manera. Desde un pueblo no precisado de la región, se quiso ofender la honra de una familia que no tenía mucha aceptación social en la comunidad por sus ínfulas de poder económico. La mejor manera para desaprobar tal conducta sería aquella que jamás podría olvidarse: recibir a la hija querida de esa familia jactanciosa, después de contraer nupcias, no con un bello vals de Strauss, sino con La perra de Alejo Durán para hacerle morder el plato de la desvergüenza a ese núcleo familiar no apreciado, aprovechándose para este hecho al analfabeta de turno que programaba los discos en el aparato de sonido. Como no sabía leer, cualquier disco era igual cuando se trataba de un mismo sello. Como toda leyenda, en otros pueblos la gente le ponía y le quitaba muchos elementos a los dados originalmente mediante la comunicación oral. Así se extendió este suceso “como verdolaga en playa”. Son muchos los pueblos donde se repitió lo comentado, eso si, con variantes y circunstancias muy disímiles. Sus habitantes se extasiaban jocosamente con el perverso hecho, el que describían con pelos y señales, pero nadie explicaba haber presenciado lo que se decía. Simplemente afirmaban: “a mi me lo contaron”. Por los lados de El Piñón (Magdalena), escuché cuando niño esta terrible chanza: una pareja matrimonial no agraciada en su físico, que no podía procrear una descendencia a lo Rodolfo Valentino y Marilin Monroe, por razones obvias, presentaba las “condiciones excelsas” para ser sometida a la macabra prueba de hilaridad. Dicha familia era blanco permanente de las burlas. Marido y mujer, para aliviar estoicamente ese inmerecido tratamiento, recurrieron a la bondad de Dios para mitigar ese altísimo grado de intolerancia. Todos los días rezaban en casa al amanecer y los domingos lo hacían en la iglesia del pueblo. Un grupo de hombres dado a las bromas, ahora se dice de “mamadores de gallo”, quiso que la pareja de esposos rompiera con la ecuanimidad religiosa. Simplemente, esperaron el matrimonio de su hija mayor, con las consecuencias que ya nos podemos imaginar.
Al llegar a los oídos de Alejo Durán esta deformación de la realidad de una de sus más populares pieza, le saltó la chispa creadora del artista: la volvió a grabar, con un chispeante gracejo, introduciéndole, en sus acordes iniciales, el conocido vals Tristezas del alma, que tanto se escuchó en los matrimonios de antaño con Los Trovadores de Barú. Esta versión la podrán escuchar en el Cd. J00007 ADD (Historia del Vallenato, Vol.2). ¿Cómo les parece?