El Anacobero Inquieto

El Anacobero Inquieto

  • 0 Respuestas
  • 1051 Vistas
El Anacobero Inquieto
« : Marzo 23, 2017, 06:05:35 am »


Por: Heriberto Fiorillo

Recordémoslo. Nunca dijo que su segundo nombre era Doroteo, ni Betancourt su segundo apellido. Solo el hijo del carpintero Rosendo y de María, una costurera. Quizás por esto, en sus buenos años, le gustó vestir bien, así prefiriese la desnudez en la soledad de su casa. Había nacido un 6 de febrero en Tras Talleres, más allá de los galpones de reparación del ferrocarril de Santurce, en Puerto Rico.
Fue lustrabotas, vendedor de hielo y de carbón durante su niñez en Estados Unidos. Un día entonaba ‘Te quiero, dijiste’, de María Grever, bajo la ducha y lo escuchó un vecino, integrante del Trío Lírico, quien tocó a su puerta. Con apenas una toalla amarrada a su cintura, Daniel abrió y pudo atar, allí con él, su primer contrato. Inquieto anacobero quiere decir diablito y bohemio; un tipo dicharachero y alegre que vacila a medio mundo.
El legendario Pedro Flores escuchó su “Amor perdido” en un cabaré de Manhattan y lo invitó a formar parte de su cuarteto. Fue el inicio de una rutilante carrera, impulsada también por el catalán Xavier Cugat, quien lo invitó a reemplazar a Miguelito Valdés en el Waldorf Astoria de Nueva York. De esa breve unión queda un álbum en el que se destaca “La conga americana”. Daniel Santos triunfaría solo y con la Sonora Matancera, entre tantos conjuntos que armó e integró por América, mientras América lo construía como mito.
 A Barranquilla lo trajo, en mayo de 1953, Roberto Esper, director del diario “La Libertad” y entonces dueño de un negocio, para el que Daniel grabó un ‘jingle’ que decía: “Almacenes Robertico, donde usted compra como pobre y come como rico”. Daniel se presentó ese primero de junio en el teatro Colombia de la capital del Atlántico, frente al Café Colombia y la Librería Mundo, sedes del llamado Grupo de Barranquilla. Ahí en el teatro vio bailar al pintor Orlando “Figurita” Rivera, y se lo quiso llevar como parte de su coreografía. “Figurita” dijo no. En Barranquilla hizo otras presentaciones en emisoras y teatros sin techo, siempre acompañado por la Sonora del Caribe, dirigida por el trompetista César Pompeyo.
 En sus descansos, se le vio fumar marihuana, la que combinaba con cigarrillos Lucky Strike. Con su amigo el cubano Orlando Contreras, Daniel grabó “Los jefes”, un álbum inolvidable de boleros a dúo.
Otro, titulado “Los triunfadores”, con Tito Cortés, señalado imitador de su estilo, como Charlie Figueroa, Julio Jaramillo, Pepe Merino o Tony del Mar. García Márquez menciona al “inquieto anacobero” en su “Relato de un náufrago”, cuando el marinero Ramón Herrera regresa una madrugada al barco, cantando como Daniel Santos, algo que solíamos hacer casi todos.
 Gabo imitaba en su juventud a Bienvenido Granda, cantante titular de la Sonora Matancera, pero recuerda que Daniel le pidió que escribiera su biografía. El escritor declinó la oferta, lo mismo que hizo el portorriqueño Luis Rafael Sánchez, autor de “La importancia de llamarse Daniel Santos”, un libro magnífico, que nada tiene de biografía.
Amaba la vida y le tenía miedo a la muerte. Un hijo suyo se suicidó. También él, muy deprimido, intentó hacerlo años después, pero a la manera de Alfonsina Storni, caminando mar adentro hasta ahogarse. “Cuando sentí que no podía respirar, salí corriendo del agua”, explicó. Mujeriego, bohemio, buscapleitos, perseguido por su nacionalismo y su solidaridad con la Revolución cubana, Daniel Santos está enterrado en una tumba junto a la de Pedro Flores, y ahora al lado de la de Yayo el Indio, en el cementerio de Santa María Magdalena, en el viejo San Juan. Recordarlo es, por encima de todo, volver a sus discos.
Se dice que todas sus composiciones son de una abuela, la evidencia es que después de la muerte de su abuela, Escalona no volvió nunca más a componer algo que sirviera, la abuela le proporcionaba los temas y el tono y él se la chiflaba a su compadre poncho cotes